los restos quedaron esparcidos, allá donde no alcanza la vista.
Columnas de desengaño entre maderas de conspiración.
Nunca supimos qué hacer hasta que no nos persiguió la fiera.
Y gritó la desesperación.
Y el camino se cerró.
Y, entonces, se abrió la ventana.
Para respirar aire puro y liberar a la presa.
Que ya no dormía.
Que ya no despertaba.
Que ya no era mía.
Ni tuya, ni era nada.
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