Del peldaño a la traviesa,
el látigo, el castigo,
la pregunta sin respuesta.
La cuesta que asciende a balazos,
los ojos de ácido,
hacen rechinar el abismo.
La tez quedando mustia,
el temblor de entre los dedos,
me quedo mirando el aguacero,
esquivando manos tendidas.
Me rindo y me refuerzo,
me caigo, duermo y me desvelo;
Las horas me señalan al segundo ,
y cuanto más me quiero, más me desquiero.
De abrazos mal queridos,
trozos de cielo pisado,
no me quedan más de siete sentidos,
porque el octavo te lo has llevado.