lunes, 9 de marzo de 2020

Y ahí estaba yo,
haciéndome pedazos,
autosaboteándome,
cronometrando la siguiente caída
la siguiente calada
que me dejase de ojo vuelto y temblor intrínseco.
El olor a desvivo,
lo inmortal pereciendo.
La moralidad pasajera y el recuerdo angustiado.
Aferrarse.
No soltar la mano a lo vivo, me hacía cada vez más mortal.
Apego y miedo.
El flasheo contínuo, la dilatación de las pupilas.
Parálisis.
Dolor exhumado.
Éxtasis.
Tocar el cielo en la pasarela infernal.
Ceguera, toxicidad.
El tacto desapareciendo.
Desvirtud, disculpas, despedidas.
Asonoro.
Intactil.
Ageusia e hipogeusia.
Asfixia.
Agonía.
El desentir que hizo lo eterno vital en pétalos caídos.
El color de ojos perdidos.
El olor a ácido y a desdicha.

Y resurgir como el ave fénix.

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